Aseguran por ahí que, después de largas y pacientes
investigaciones se ha llegado a saber lo del secreto de Cuauhtémoc. Cuentan pues,
que, contra lo que dice la romántica y heroica leyenda del último emperador azteca,
una vez caído el joven rey en manos de Hernán Cortés, éste, con su peculiar
avidez por el oro con su relampagueante comprensión de las circunstancias, por
novedosas y extrañas que fueran, hizo conducir a nuestro antepasado indígena a
su flamante, magnífica casona de Coyoacán y ordenó que se le diera el horrible
tormento de la pira, pero cuidó de que, salvo el verdugo extremeño de su total
confianza y el indispensable intérprete, no entrara a la pieza persona alguna
más, ni española ni aborigen; y dicen
que contra o que exalta la heroica romántica
leyenda, nuestro <<joven abuelo>>, valiente entre los valientes en
el campo de batalla, no pudo soportar el atroz martirio y empezó a gritar de
furioso dolor. Cortés sonrió diabólicamente:
-¡Así está bien! –Exclamó volviéndose al intérprete-. Dile a
tu rey que si quiere que le quite la lumbre de la planta de los pies, me diga, ¡pero
ya!, dónde tiene escondido el tesoro.
El intérprete, arquetipo del funcionario mexicano, tradujo a
su rey fielmente las palabras del gran capitán español, el deseo de don
Hernando y la condición para aliviarlo del suplicio. Cuauhtémoc cedió por el
terrible dolor:
-Dile al hombre blanco –Bramó-, díselo con toda claridad en
su maldita lengua, que el tesoro está en unas grutas que hay abajo del valle de
Cuauhnáhuac, grutas que se llaman de Cacahuamilpa: que, entrando por el centro,
camine doscientos pasos y verá sobre su mano izquierda, una como grandísima figura
de hombre. Detrás marcado con un montoncito de piedras, está el lugar donde se
enterró el tesoro. ¡Y dile que quite ya de mis pobres pies esa maldita lumbre!
El funcionario mexicano, el señor intérprete, asimiló a la
perfección lo que dijo, o bramó mordiendo el dolor, su rey, y volviéndose hacia
el teule. Le dijo:
-Dice mi rey y señor Cuauhtémoc que tú eres hijo de una mala
mujer, Malinche; que chingues a tu madre y que ya puedes darle todo el tormento
que quieras por que no va a decirte dónde está el tesoro, porque es mucho, pero
mucho más hombre que tú; que si quieres dinero, trabajes y te metas ese dinero
por…
El intérprete fue silenciado por los desaforados, furiosos
gritos de Cortés:
-
¡La mala será la madre de este indio pendejo! ¡A
ver, que traigan otras tres cargas de leña, que no le van a quedar patas a este
indio cabrón!
Mientras Cortés seguía
vociferando, enloquecido de furor, el intérprete se hizo chiquito, chiquito,
fue avanzando con pasitos sin ruido –descalzo, el pobre-, hasta salir a la
calle. Entonces fue que echó a correr, sin detenerse un momento, hasta las
grutas de Cacahuamilpa…
Siento mucho no poder garantizar
la autenticidad del anterior relato. (Del Libro: La corrupción en México.
Autor: Roberto Blanco Moheno. Editorial: Bruguera)
Cuando uno no habla las cosas que duele, el precio que se
paga es mucho más alto.
¿Verdad?, ¿Mentira?. No estamos para discutir ese asunto que
paso siglos atrás. En lo que si nos debemos aplicar y ponernos a reflexionar
como mexicanos, es en la moraleja que nos brinda el relato anterior. Cuantas veces
no nos quedamos callados cuando la solución a todo es hablar con la verdad. El poder
de decir las cosas a tiempo y con las palabras correctas. El poder de ser
honesto y que no nos gane la ambición, la avaricia, las ganas de tener más o de
tener lo que nunca hemos tenido.
Cuánto daño le hemos hecho y les hacemos a los nuestros. Cuánto
daño nos hacemos a nosotros mismos por
quedarnos callados y/o por no ser honestos.
Es momento de hacer las cosas bien. Es momento de hacer el
cambio y no solo personal, también social. Porque saber algo y no decirlo ni
compartirlo es como no saberlo.
EL PUEBLO QUE NO
CONOCE SU HISTORIA, ESTA DESTINADO A REPETIRLA.
Ing. Roberto Becerra Salgado